jueves, 21 de junio de 2012

Internet, el edén de las relaciones imposibles

Cada día es más habitual la búsqueda de la pareja a través de internet. Para sus protagonistas, el encuentro que se hace esperar se mantiene en un nivel ideal y permite acariciar la idea de que la persona hallada es la perfecta. Pero, ¿en qué se basan las relaciones on line? Vivimos demasiado deprisa y en muchos casos no hay tiempo para el amor.


La Red da la posibilidad de conectar rápidamente con alguien. Hay aspectos que favorecen esta comunicación como son el anonimato, la intimidad (que se establece más rápido que en la vida real, porque nuestra censura no es tan alta como cuando la otra persona está ante nosotros) y la búsqueda de un interlocutor que nos acepte y no nos coarte, que no nos invada con sus demandas, sino que acudamos a él solo cuando queramos.


La represión es un mecanismo psicológico que sirve para dominar aquello que a los ojos de la razón nos parece que hay que guardar. Nuestro 'yo' se convierte así en un guardián que vigila nuestras inclinaciones y deseos organizados de acuerdo a unos ideales que también llevamos dentro. La presencia del otro nos conduce a respetar su psiquismo como perteneciente a una persona que tiene un cuerpo y una mente. Pero las relaciones on line, al no contar con el freno de la corporeidad, favorecen que adaptemos a nuestros intereses la personalidad del interlocutor. Ese es el mayor peligro, pues al desahogarse de ideas o pensamientos que no se atreve a decir a quien conoce, siente alivio, cuando en realidad está escamoteando las dificultades que tiene para relacionarse de forma más íntima con quien tiene cerca de sí.

Elena está ansiosa por sentarse delante del ordenador. Hace dos meses empezó a intercambiar correos electrónicos con un hombre al que conoció en un chat y del que se enamoró virtualmente. Ahora están planeando una cita que inquieta a Elena, pues lo que era un espacio para el alivio de las tensiones diarias se ha convertido en una inquietud. Por fortuna, su marido no ha llegado. Elena enciende el ordenador, abre el correo y lee el mensaje de Diego, su amante virtual: "Hoy he tenido un mal día. Por lo que me decías ayer, parece que tú también lo pasaste mal. Me pongo muy triste cuando te sientes mal. A veces pareces muy sola, pero no tienes que preocuparte porque yo siempre estaré aquí para ti. Ahora que vamos a conocernos solo tendrás que llamarme y acudiré a la cita. ¿Has pensado ya dónde quieres que nos veamos?".

Fantasía efímera

Elena se queda pensativa y responde: "Estoy dudando, Diego, porque el tema me pone un poco nerviosa...". La llave suena en la puerta y su marido entra. Elena sale a saludarle. Su marido le da un beso y dice que antes de cenar tiene que ver su correo porque está esperando una cosa urgente. En ese momento, ella imagina que también Raúl tiene una amante virtual y comienza a hacerse preguntas: "¿Qué nos ha pasado? ¿No será que somos incapaces de mantener el amor más allá de los primeros momentos? Ya nada es como al principio". De golpe, comprende por qué le da miedo conocer a su amigo virtual: cuando el cuerpo del otro se hace presente, resulta más difícil la idealización, aparecen los defectos y el romanticismo se pierde. ¿Por qué no iba a ocurrir con Diego lo que le había pasado con su marido?

Sin duda, hay parejas que se han conocido felizmente a través de internet. Ahora bien, podríamos preguntarnos si mientras en una aventura virtual lo que se vive es amor verdadero. Si lo que entendemos por amor es aquel sentimiento que nos hace sentir bien junto a otro y nos lleva a un alto grado de satisfacción, llegaríamos a la conclusión de que en internet no es posible. Más bien se parece a la primera etapa, cuando hay más enamoramiento que amor. En esta operación nos equivocamos, porque el grado de fantasía que funciona en el enamoramiento es muy alto. Tales peligros se multiplican en las aventuras en la Red.

¿Qué podemos hacer?

Conviene no olvidar que enamorarse a través de internet, siendo posible, favorece en exceso la idealización del otro. Si tememos conocer personalmente al otro, tendríamos que reflexionar sobre si la tendencia a evitar el encuentro es un modo de defenderse de la desilusión.

Si se miente para ofrecer una personalidad más acorde a nuestros deseos, se promueve que la pareja sea inviable. Hay que dejar de mentir al otro, sobre todo para no engañarse a uno mismo.

El enamoramiento en la red para tratar de huir de conflictos con la pareja real, no suele salir bien porque no se ha elaborado lo que ha sucedido con la anterior pareja. Es probable que se repita la forma de organizar el vínculo amoroso cuando deje de ser virtual. Por ello se teme el encuentro.

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